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10.23.2008

JUANA NO ME GUSTA

Estas cosas pasan por no llevar nada para leer, ni siquiera radio, tan solo colgando una cartera con las llaves anunciando sonoramente cada paso y una cuadernola desprolija; y mezclado entre los apuntes, un montón de cuentos sin terminar.

Y qué me asegura que ésta historia que estoy pensando llegue a ser escrita y el médico logre conquistarla. Lo más probable es que todo permanezca pegado al vidrio, porque en algún momento llegará la parada en la que debo descender, y tendré que separar la cabeza de la ventana. Desde abajo, como tantas veces, diré “adiós” mentalmente, viendo alejar otra historia más adherida, invisible para los demás, reprochándome su entrega al cruel olvido.

Ahora, una señora me pregunta si la próxima es Garibaldi. Si le contesto, talvez la paciente deba llamarse igual. Tendré que arriesgarme: señora, Garibaldi fue la anterior, pero cómo se llama, dígame antes de bajarse por favor, cómo se llama. No, Juana no me gusta, tendré que elegir otro nombre. Aunque quizás no debería ser perfecta, quizás llamándose Juana su belleza y su elegancia no resaltarían tanto. “No era tan solo su figura perfecta, sino también su forma de caminar lo que al Dr. Ríos, su ginecólogo, le había impactado. Ella no se cuidaba de ocultar sus encantos que sabía irresistibles ya que nunca se hubiera imaginado que un doctor con esa trayectoria, tan reconocido y consultado mundialmente fuera a fijarse en ella”.

No, no puedo seguir. ¿Porqué todo tiene que ser tan perfecto, la chica hermosa, el médico inteligente? Yo estoy tan pálida, golpeándome la nuca en cada frenazo que el ómnibus da, tan cansada y teniendo que estudiar después de haber estado todo el día buscando talles de ropa que jamás podría comprarme; mis personajes no deberían superarme.

“A pesar de su baja estatura y su nariz más grande de lo que hubiera querido, Juana tenía unos ojos claros que el médico no podía dejar de mirar”. Pero después el Dr. Ríos se va a acercar igual y hasta será mucho más romántico cuando un profesional con su estima se enamore de una chica con defectos. El médico entonces tendrá que ser un medicucho: “el consultorio no era mucho mejor que la sala de espera; en la camilla el colchón desangraba su polifón, el escritorio, demasiado grande para lo pequeño de la habitación, se encontraba cubierto de libros y adornos baratos. En la pared colgaba el titulo de médico general del Dr. Ríos”.

Sin embargo el consultorio, sin embargo la paciente, Ríos sigue siendo un medico; ha finalizado sus estudios y a conseguido recibirse, trabajar de su vocación y tener pacientes. ¿Acaso yo podré alguna vez ser profesora y tener mis alumnos? No quiero escribir y que mi personaje se convierta en mi objetivo, lo que quiero ser y nunca podré, para que después la gente lea y piense cuánto me duele ser así y como sólo en mi imaginación puedo ser una triunfadora.

“El Sr. Ríos trabajaba de portero en el consultorio de un aparente abogado, pero éste no es tal y se dedica a estafar aprovechando que vive en un pueblo que ni policía tiene. Ríos no está conforme con su trabajo, no le gusta aprovecharse de gente inocente, pero a los 15 años, dado la muerte de sus padres, tuvo que salir a trabajar para alimentar a sus 5 hermanos pequeños, por lo cual tuvo que aceptar lo único que le iba a permitir hacerlo. Un día, se presentó una chica que buscaba a un abogado. Él, con vergüenza, sin levantar la mirada del piso, le dijo que era allí, que esperara en la sala de espera y ella se sentó en un banco donde podía mirarlo: esos hombros anchos y esos brazos musculusos serían perfectos para abrazarla”

Después, la chica lo mirará y se enamorará, sin saber que él también siente lo mismo, hasta que en algún momento, sus miradas cruzarán y habrá un gran beso y un final feliz y perdices y un para siempre. Todo esto no me gusta. Por más que quiera empeorarlo, siempre es una historia de amor correspondido, algo que yo nunca he tenido. Al terminarlo lo leeré y me sentiré celosa de tanta suerte entre tanta desgracia.

El Sr. Ríos la miraba, pero ella parecía no haberse dado cuenta de su presencia, aún cuando minutos antes la había invitado a pasar a la sala de espera. La muchacha llevaba un vestido verde hasta las rodillas y unas sandalias blancas, demasiado bajas para su corta estatura. Sus muslos gruesos se translucían por su veraniego vestido aspecto que, aunque más posiblemente se viera como un defecto, al Sr. Ríos le pareció que demostraba fuerza y vitalidad, y la deseó. Ella estaba de espaldas, mirando a través de la ventana que daba hacia la calle, de modo que no pudo ver cuando el portero se acercaba desde atrás, con la mirada fija en su nuca que aparecía entre el pelo castaño. Quiso hablarle pero sólo se le ocurrió preguntarle por el nombre. “Juana Viera”, dijo ella, “¿cuánto demorará el abogado?” Pero ni siquiera lo había mirado y Ríos se sintió profundamente desdichado, y pensó que si esos ojos azules alguna vez podrían mostrarle cariño, su vida tendría sentido. Él quiso salvarla, decirle que el abogado no era en realidad tal, y que debía irse, no volver, que la iba a estafar. Más tarde se arrepentiría toda la vida por no hacerlo a tiempo, ya que mientras pensaba en su belleza, el falso abogado la estaba llamando desde la puerta del consultorio.

Paso un tiempo enorme para Ríos, que esperaba la salida de Juana ansiosamente. La imaginaba saliendo por esa puerta, con su vestido verde, su pelo recogido y sus ojos de cielo, caminando hacia él, invitándolo a caminar por el campo, que estaría lleno de flores y pájaros cantando. Se imaginaba escribiéndole poemas que le recitaría de memoria al oído cada vez que ella despertara a su lado. Tan solo esperaba tener tiempo para alertarla de la estafa, ya que de otra forma no la podría ver más. En el fondo sabía que ya había perdido la oportunidad.

Pero ella salió del consultorio ruidosamente, cortando el aire con un golpe violento con el que cerró la puerta en la cara del falso abogado y gritando que esperaba que el consultorio se incendiara. Caminaba apurada, pero eso no le impidió escupirle con furia a Rios, diluyendo completamente todas las esperanzas de alguna relación.

Fue hasta la puerta para verla irse, ver el vaivén de su cadera, verla tropezar varias veces en los adoquines desordenados mientras caminaba rápido, casi corriendo, por llegar a algún lugar que quizás no existiera. Entonces lloró. Sabía que jamás volvería a verla.

Buscó su expediente en la computadora, necesitaba saber más sobre ella. Asi se enteró que la chica vivía en la capital, que era una estudiante de profesorado que además trabajara en una tienda de ropa. Sin entender porqué la imaginaba en un ómnibus, su cabeza recostada en el vidrio, su mirada perdida del otro lado, ensimismada en sus pensamientos, haciendo sonar sus llaves dentro de su cartera, junto a una cuadernola desprolija con apuntes mezclados con cuentos, algunos terminados.

1 comentario:

Bichicome dijo...

Es raro... lo puedo leer varias veces, y le sigo encontrando el mismo gusto.