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11.26.2010

De rojo

Siempre era capaz de intimidarlo. Por ejemplo, era habitual que se sintiera obligado a cambiar de acera o que justo revolviera su mochila buscando algún objeto inútil cuando pasaba delante de ella. Alguna vez se atrevía a mirarla, sobre todo cuando iba acompañado de alguna otra persona, y si era de día y estaba de buen humor. Su mirada siempre le devolvía un sentimiento que le era difícil de aceptar. Había días crueles; con su cabeza hacia un lado y su mirada hacia abajo demostraba su indiferencia. Era como si ella le dijera “que me importa, no me importás”. Otras veces lo cautivaba con su media sonrisa, ensimismada, pensando en ella misma y en su cuerpo inmortal. Sabía que ella nunca respondería ni a él, ni a nadie; era triste pensar que ese cuerpo eterno permanecería por siempre cercado, tangible pero inalcanzable, presente pero lejano.

Poco a poco empezó a pensar cada vez más en ella. Caminar a su alrededor se estaba volviendo un ritual diario, vital, imprescindible para lograr la calma. Su cuerpo se dibujaba en su mente sin aviso. Serían las 3 o 4 de la mañana de una etapa de gran vulnerabilidad, cuando pensó que era injusto, tan injusto que la colocaran en esa posición de inmutabilidad, extraña para el mundo, por fuera de lo vulgar de lo cotidiano.

Compró pintura roja y un pincel. Roja, tenía que ser roja pero no demasiado, algo rosa porque quería resaltar lo femenino. Temblando, pero decidido, la tocó tan fría, tan inmóvil, tan eterna. Delicado, sin apuro, pintó sus pezones, y luego el pubis: ahora podría pasar y mirarla, ya estaba más cerca de ser humana.




7.13.2010

El perro

Esto es real. Esta es mi casa, solo un cuarto, no hay escaleras, no hay techos que se llueven ni ese desorden de trapos y cacharros mojados y colchones con moho que antes había visto. Esto es La Realidad, lo que afortunadamente hace valer como sueño a las etapas anteriores.

En algún momento el cuento tiene que empezar, y si bien quizás debería investigar más, elijo el medio día de hoy con la alerta de que puede haber sido esta mañana, o hace varios días, o incluso antes de mi nacimiento. Es confuso e impreciso, no podría describir detalles como distancias, hora, tiempo transcurrido; se que en algún momento me saqué las botas dejándolas a los pies de la cama, solté el celular en la mesita de luz y me arrolle bajo las frazadas.

Importa poco si llegué o no a conciliar el sueño; en este caso dormir y despertar son solo rótulos del hecho de cerrar los ojos y levantarse. El tiempo transcurría verticalmente: dejar las botas, el celular, acurrucarme, cuentas vencidas, un examen que se acerca, ropa para lavar, un semáforo en amarilla, un gato en un balcón, un paraguas muerto en un acantilado, ruido a lluvia. Transversales, las gotas paulatinamente iban mojando mi cara hasta lograr abrir mis ojos que se encontraron en una habitación con una ventana rota en el techo. Era extraño, no era mi casa y sin embargo había una escalera que baja a ella. Me calcé y corrí a trasladar el colchón húmedo para no seguirlo estropeando, y continúe con los demás objetos, la mayoría cacharros, que no recordaba haber visto nunca.

Llamé con el celular a Andres; no recordaba ninguna habitación y volvía tarde, luego resolveríamos, ahora debía acostarme a dormir. Nuevamente dejé las botas al costado de la cama, el celular en la mesita de luz; esta vez sí era nuestro cuarto, la ventana en la pared lateral, con persiana cerrada, el ropero de siempre. Cierro los ojos y silencio, silencio, un grito lejano, silencio y gritos cada vez mas fuerte, cada vez mas cerca, tuve que salir a ver que pasaba. Me calcé, y tome el celular, y salí a la vereda. Dos hombres corpulentos trataban de golpearse, mientras varios perros se inmiscuían queriendo participar de la pelea. Fui una mas de las que quise separar, resultando de ésto que mi billetera fue robada de mi bolsillo y que mi celular fue mordido por uno de los perros, dejando marcas visibles y palpables en la pantalla. Con rabia, queriendo que todo fuera un sueño, volví a entrar a mi casa. El colchón mohoso y los cacharros todavía seguían, pero ya no veía ninguna escalera que condujera a alguna habitación.

No puede ser un sueño a medias, pensé, es sabido que si uno se duerme en un sueño luego se despierta en la realidad. Convencida, dejé mis botas a los pies de la cama, el celular roto en la mesita de luz, y me acurruqué por 3ra vez bajo las frazadas. No demoré mucho en despertar, y recorrí la casa. Mi billetera estaba en mi campera y la casa seguía teniendo un solo cuarto, pero mi celular tenía la pantalla todavía rota y los cacharros seguían. Pasé un rato ordenándolos, quizás Andŕes los había traido y yo, confundida por el sueño, no lo recordaba. Me pareció una idea sensata y estaba tranquila, hasta que quise calzarme. Mis botas, no estaban a los pies de la cama; en vez de eso había unos zapatos de taco, 3 talles más grandes, que no me pertenecían.

Decidí acostarme nuevamente. Todo debía ser un sueño, en algún momento Andrés llegaría y me despertaría de verdad. Creo que esta vez si pasó el tiempo, porque cuando abrí los ojos otra vez, ya estaba Andrés al lado mio y por las rendijas de la persiana ya no se veía luz. Me puse, esta vez, los championes que había dejado a los pies de la cama. Las botas que antes había usado, ya no las reconocía como mias. Recorrí la casa: no había escaleras, no había colchones mohosos ni cacharros; por fin había despertado, esta si era la realidad y Andrés escuchaba los detalles de mi sueño tranquilizándome.


Pensé en escribirlo, un sueño de este tipo debería ser recordado. Estoy sentada en la computadora, escribiendo, en mi mundo coherente y ordenado. Algo me interrumpe, una respiración agitada, mi nombre sonando como un reproche, dale veni, dónde estas Andrés, en el cuarto, que pasó, es que no se si habías visto, si había visto qué, tu celular, que pasa como mi celular, tiene la pantalla rota.

10.23.2008

JUANA NO ME GUSTA

Estas cosas pasan por no llevar nada para leer, ni siquiera radio, tan solo colgando una cartera con las llaves anunciando sonoramente cada paso y una cuadernola desprolija; y mezclado entre los apuntes, un montón de cuentos sin terminar.

Y qué me asegura que ésta historia que estoy pensando llegue a ser escrita y el médico logre conquistarla. Lo más probable es que todo permanezca pegado al vidrio, porque en algún momento llegará la parada en la que debo descender, y tendré que separar la cabeza de la ventana. Desde abajo, como tantas veces, diré “adiós” mentalmente, viendo alejar otra historia más adherida, invisible para los demás, reprochándome su entrega al cruel olvido.

Ahora, una señora me pregunta si la próxima es Garibaldi. Si le contesto, talvez la paciente deba llamarse igual. Tendré que arriesgarme: señora, Garibaldi fue la anterior, pero cómo se llama, dígame antes de bajarse por favor, cómo se llama. No, Juana no me gusta, tendré que elegir otro nombre. Aunque quizás no debería ser perfecta, quizás llamándose Juana su belleza y su elegancia no resaltarían tanto. “No era tan solo su figura perfecta, sino también su forma de caminar lo que al Dr. Ríos, su ginecólogo, le había impactado. Ella no se cuidaba de ocultar sus encantos que sabía irresistibles ya que nunca se hubiera imaginado que un doctor con esa trayectoria, tan reconocido y consultado mundialmente fuera a fijarse en ella”.

No, no puedo seguir. ¿Porqué todo tiene que ser tan perfecto, la chica hermosa, el médico inteligente? Yo estoy tan pálida, golpeándome la nuca en cada frenazo que el ómnibus da, tan cansada y teniendo que estudiar después de haber estado todo el día buscando talles de ropa que jamás podría comprarme; mis personajes no deberían superarme.

“A pesar de su baja estatura y su nariz más grande de lo que hubiera querido, Juana tenía unos ojos claros que el médico no podía dejar de mirar”. Pero después el Dr. Ríos se va a acercar igual y hasta será mucho más romántico cuando un profesional con su estima se enamore de una chica con defectos. El médico entonces tendrá que ser un medicucho: “el consultorio no era mucho mejor que la sala de espera; en la camilla el colchón desangraba su polifón, el escritorio, demasiado grande para lo pequeño de la habitación, se encontraba cubierto de libros y adornos baratos. En la pared colgaba el titulo de médico general del Dr. Ríos”.

Sin embargo el consultorio, sin embargo la paciente, Ríos sigue siendo un medico; ha finalizado sus estudios y a conseguido recibirse, trabajar de su vocación y tener pacientes. ¿Acaso yo podré alguna vez ser profesora y tener mis alumnos? No quiero escribir y que mi personaje se convierta en mi objetivo, lo que quiero ser y nunca podré, para que después la gente lea y piense cuánto me duele ser así y como sólo en mi imaginación puedo ser una triunfadora.

“El Sr. Ríos trabajaba de portero en el consultorio de un aparente abogado, pero éste no es tal y se dedica a estafar aprovechando que vive en un pueblo que ni policía tiene. Ríos no está conforme con su trabajo, no le gusta aprovecharse de gente inocente, pero a los 15 años, dado la muerte de sus padres, tuvo que salir a trabajar para alimentar a sus 5 hermanos pequeños, por lo cual tuvo que aceptar lo único que le iba a permitir hacerlo. Un día, se presentó una chica que buscaba a un abogado. Él, con vergüenza, sin levantar la mirada del piso, le dijo que era allí, que esperara en la sala de espera y ella se sentó en un banco donde podía mirarlo: esos hombros anchos y esos brazos musculusos serían perfectos para abrazarla”

Después, la chica lo mirará y se enamorará, sin saber que él también siente lo mismo, hasta que en algún momento, sus miradas cruzarán y habrá un gran beso y un final feliz y perdices y un para siempre. Todo esto no me gusta. Por más que quiera empeorarlo, siempre es una historia de amor correspondido, algo que yo nunca he tenido. Al terminarlo lo leeré y me sentiré celosa de tanta suerte entre tanta desgracia.

El Sr. Ríos la miraba, pero ella parecía no haberse dado cuenta de su presencia, aún cuando minutos antes la había invitado a pasar a la sala de espera. La muchacha llevaba un vestido verde hasta las rodillas y unas sandalias blancas, demasiado bajas para su corta estatura. Sus muslos gruesos se translucían por su veraniego vestido aspecto que, aunque más posiblemente se viera como un defecto, al Sr. Ríos le pareció que demostraba fuerza y vitalidad, y la deseó. Ella estaba de espaldas, mirando a través de la ventana que daba hacia la calle, de modo que no pudo ver cuando el portero se acercaba desde atrás, con la mirada fija en su nuca que aparecía entre el pelo castaño. Quiso hablarle pero sólo se le ocurrió preguntarle por el nombre. “Juana Viera”, dijo ella, “¿cuánto demorará el abogado?” Pero ni siquiera lo había mirado y Ríos se sintió profundamente desdichado, y pensó que si esos ojos azules alguna vez podrían mostrarle cariño, su vida tendría sentido. Él quiso salvarla, decirle que el abogado no era en realidad tal, y que debía irse, no volver, que la iba a estafar. Más tarde se arrepentiría toda la vida por no hacerlo a tiempo, ya que mientras pensaba en su belleza, el falso abogado la estaba llamando desde la puerta del consultorio.

Paso un tiempo enorme para Ríos, que esperaba la salida de Juana ansiosamente. La imaginaba saliendo por esa puerta, con su vestido verde, su pelo recogido y sus ojos de cielo, caminando hacia él, invitándolo a caminar por el campo, que estaría lleno de flores y pájaros cantando. Se imaginaba escribiéndole poemas que le recitaría de memoria al oído cada vez que ella despertara a su lado. Tan solo esperaba tener tiempo para alertarla de la estafa, ya que de otra forma no la podría ver más. En el fondo sabía que ya había perdido la oportunidad.

Pero ella salió del consultorio ruidosamente, cortando el aire con un golpe violento con el que cerró la puerta en la cara del falso abogado y gritando que esperaba que el consultorio se incendiara. Caminaba apurada, pero eso no le impidió escupirle con furia a Rios, diluyendo completamente todas las esperanzas de alguna relación.

Fue hasta la puerta para verla irse, ver el vaivén de su cadera, verla tropezar varias veces en los adoquines desordenados mientras caminaba rápido, casi corriendo, por llegar a algún lugar que quizás no existiera. Entonces lloró. Sabía que jamás volvería a verla.

Buscó su expediente en la computadora, necesitaba saber más sobre ella. Asi se enteró que la chica vivía en la capital, que era una estudiante de profesorado que además trabajara en una tienda de ropa. Sin entender porqué la imaginaba en un ómnibus, su cabeza recostada en el vidrio, su mirada perdida del otro lado, ensimismada en sus pensamientos, haciendo sonar sus llaves dentro de su cartera, junto a una cuadernola desprolija con apuntes mezclados con cuentos, algunos terminados.

6.03.2007

Cuando decís (bajito, porque da vergüenza) que estudias medicina, si no termiás hablando de las hemorroides del abuelo, es sobre algún juicio de mala praxis. Si es alguien que se puede sentir un poco identificado contigo, el comentario seguro es "no tienen vida, se pasan estudiando"; me molesta, pero no voy a defenderme porque no tengo tiempo, tengo que estudiar.

La ultima vez que no tuve mas remedio que confesar que hago, me preguntaron sobre las famosas piscinas de formol. Solo dije que brazos y cabezas sueltas no eran tema para viernes de noche y cambie de tema. Pero me acordé que había escrito algo... Me costó bastante encontrar esta hoja de cuadernola, arrugada y rota, que voy a transcribir.


OJOS ABIERTOS QUE PESTAÑEAN (03/04)

El rojo de las uñas colorea el cuerpo gris y pálido. Su brillo ilumina una idea olvidada por la exigencia de la costumbre. La condición humana es algo mas abstracto que la descriptiva anatomía; no se puede estudiar ni explicar, y hasta es poco conveniente sentirla.

la clase empezó, pero yo no puedo dejar de mirar esas manos coloreadas, esos dedos siempre flexionados en la posición exacta en que alguna vez, quizás, quisieron aferrarse ala vida. en el cuerpo horizontal y rígido, sesenta ojos se apoyan e su tórax abierto. Me gusta imaginar el corazón latiendo, los pulmones dilatándose y contrayéndose, las arterias rojas, la sangre que se mueve. Entonces los ojos abiertos pestañearían, se pondría un vestido rojo y se arreglaría el pelo, para estar más linda, como lo exigen las normas sociales.

Si pudiera de alguna manera observarse en ese momento, se sentiría orgullosa de lo ordenadas de sus arterias; aspecto que jamás hubiera podido conocer estando viva. En la disección se ve claro el nervio que tantas veces le hizo acelerar el corazón, Pero las emociones no son motivo de páginas y páginas en los textos, como si la medicina se limitara a la forma anatómica de los componentes de su cuerpo.

Y es, tal vez, por la necesidad académica de aprendernos tantos detalles que nos olvidamos de aquello que llamamos finamente "preparados cadavéricos", no siempre estuvieron impregnados de formol. O quizás es que no queremos saberlo. Muchas veces he escuchado "moriría si encontrara alguien conocido". Esa frase, estoy segura, no se refiere solamente al afecto que podría tenerle, sino al miedo de involucrarse y estar tan cerca de la muerte, que nos aterra, que no comprendemos y que aunque la podemos evitar en muchas ocasiones, nunca la podemos revertir.

Las uñas pintadas me desgarran, me sugieren que estamos frente a una persona que tuvo necesidades y preocupaciones que no vamos a comprender, aún cuando distingamos cada una de sus estructuras. El brillo del esmalte nos encandila y nos priva del mundo que nos diferencia del resto de los animales. Las variantes anatómicas entre los diferentes cadáveres son tan solo el vestigio de los caracteres que nos individualizan.

Me gustaría tan solo estudiar, no pensar. Pero es tarde para mi. Lo presumo porque cierro los ojos y la veo a ella; se pone el vestido rojo, se peina, y después, arreglada, baila inquieta reflejándose en las ventanas de la sala de anatomía.

5.14.2007

Primer día. Año 2005

Esto es algo que escribí el primer día de hospital, hace ya 2 años.
Presumiblemente, han cambiado bastante mis percepciones. No se si son más acertadas o más irreales, pero supuse que no iban a hacer constantes y por ello quise guardarlo. Es más un recordatorio para mi misma que un relato.


(el titulo es un poco largo):

Paciente lúcido, bien orientado en tiempo y espacio, que no coopera con el interrogatorio. Paciente con obnulación leve, pirético, con paralisis facial derecha. Paciente vigil, bradilálico y bradipsíquico, con facies abotagadas. Buenos días, soy estudiante, vengo a hacerle unas preguntas.

La puerta de la sala es gris. No me animo a entrar, tampoco ninguno de mis compañeros. Me miro la túnica blanca, nueva, limpia, y me acuerdo de cómo el día anterior la había planchado con esmero, dejándola delicadamente dentro de una bolsa de nylon en la mochila, al lado de las ilusiones que ahora me hacen estar ansiosa. Sin embargo, apoyada contra una pared, sin apuro, juego con un botón.

Cuando el profesor nos incita a entrar, el aura de subrealidad no me deja avanzar, y me quedo atrás. Hay un pasillo largo y a ambos costados están las camas, paralelas, blancas, expuestas; los pacientes siguen con la mirada al grupo de túnicas blancas que camina interminablemente. Yo voy, un poco atrasada, y miro a penas. No logro encontrar el balance entre caminar tal como si fuera una pasarela y los demás estuvieran evaluándome, y mirar hacia un lado y otro, detenidamente, calculando, como si estuviera eligiendo un mueble. Por eso camino despacio, lo suficiente como para que las caras de angustia me vayan surcando, y me voy confundiendo: ya no se que soy, ya no entiendo de roles ni espacios ni tiempos, yo soy la estudiante perfumada que se estrena la túnica, soy la niña disfrazada de doctora, soy la idealista que ve la desigualdad entre los pacientes del hospital público y el privado, soy la familiar que odia los médicos que no pueden hacer nada, y soy también los pacientes, y quiero acercarme. Entonces escucho:

- ¿Podrías alcanzarme el vaso de agua que está en la mesita de luz?

Entonces, me paralizo, y entiendo lo que es el poder, entiendo por primera vez de qué se trata la carrera que hace 4 años elegí, y esa confianza obligada que crea la dependencia. Me siento injustamente Dios, y tengo ganas irracionales de correr. ¿Pero a dónde? ¿Pero a encontrarme con quién? No hay responsables no hay soluciones no hay respuestas.

4.22.2007

Hombre, 32 años, "debe ser patología osteoarticular", pensé.

Habitación pequeña, blanca, despintada. En un extremo un escritorio antiguo maltratado con dos sillas diferentes, una a cada lado. En el otro, una camilla con un papel celeste, impecable, que una estudiante cuidadosamente había colocado medio minuto antes, un poco sintiéndose importante, tomando esa consulta que espera como un reto, casi un juego, sabiendo que la responsabilidad que pretende tener, es mas bien ficticia, que siempre va a haber alguien mas que apruebe o no cualquier acto que se haga.

Aquél día, en emergencia, éramos tres. Mientras una llamaba al paciente siguiente, las otras dos ponían un papel nuevo en la camilla, ordenaban las sillas, trataban de adivinar por la edad y el sexo el motivo de consulta. Me acuerdo que dije "hombre, 32 años, debe ser patologia osteoarticular". Mi compañera me miro, me iba a decir algo cuando entro el paciente.

Se movía con dificultad y timidamente, apoyaba su mano grande, con dedos largos y gruesos sobre una pierna rigida, más fina que la otra. Alto, con unos hombros evidentemente anchos, bajo varios buzos y una campera rota, era una presencia silenciosa, un franco contraste en ese lugar tan chico y ruidoso. La suciedad de su pelo no ocultaba que era rubio, ni las manchas rojas ni las cicatrices de su cara, resaltaban tanto como sus ojos claros, celestes, grandes, abiertos, pero más que nada, tristísimos.

El tiempo no pasaba, el sonido era lejano, sordo. El hombre caminaba con tiempo desde la puerta a la silla. Nosotras eramos nada mas que ojos metidos dentro de la pared, el hombre parecía estar solo en ese consultorio que él mismo teñía de lúgubre. Aún sus movimientos lentos y penosos, su figura demostraba haber sido hermosa, impactante.

Sentí una angustia inexplicable. Traté de salir y ser más que ojos encerrados en la pared, y le dije “hola”. Entonces me convertí en un dibujito animado, rozadita, amarillita, de carita redonda y estupidamente sonriente. Era una nena de trencitas con su vestido amplio, un dibujo desorientado que no entendía porqué no estaba en su pradera verde, con su lago de pececitos que hablan y árboles que siempre tienen manzanas. El hombre, con su campera rota y sus jeans sucios, era una parte integral del paisaje, como si él fuera la realidad y nostras lo ficticio, como si él realmente perteneciera al lugar y nosotras solo lo pretendiéramos.

Nos tardó poco entender que teníamos que llamar a alguien más. Además de estar ya en etapa SIDA y tener diarrea venía a retirar los medicamentos para la tuberculosis y nosotras no podemos recetar. Tampoco quien entró, un interno, que es el estudiante más avanzado de la carrera de medicina. Finalmente había alguien que podía conversar con él, estar en la misma habitación y no ser un dibujito. Asi nos enteramos de su vida.

No me interesa contar su historia. De ella solo diré lo básico y en una misma frase. No sabría agregar una palabra. El hombre tenia sida desde hace 7 años, el virus VIH se lo contagió pero no sabe si por transmisión sexual o por uso de jeringas compartidas, debido a su inmunodepresión se contagió de tuberculosis, por lo cual se internó en un hospital pero le dieron el alta por haberse acostado con una funcionaria y haberla contagiado; adicto a pasta base, siendo psicótico y necesitando psicofármacos desde incluso antes de consumir, ahora estaba sin medicamento ninguno, con una diarrea prolongada desde hace 6 meses, y en situación de calle, sin hermanos ni un refugio que lo acepte, con solo un padre que vive y se acuesta con su ex esposa, pero lo peor, según él lo relataba, es que no le alcanzaba la fuerza de sus piernas para manguear para llenarse pasta base los pulmones y así morir de sobredosis.

¿Qué podría agregar a la historia? Todo termina acá. Salimos de la habitación para buscar recetas para inútilmente reponerle los medicamentos. Balbuceé algo, trate de buscar una razón para poder ingresarlo, pero no articulé palabra, ni yo ni mis compañeros. Toda esa preparación, el papel celeste de la camilla, nuestras túnicas cayendo blancas hasta las rodillas, el pelo atado y todos los intentos por extremar la prolijidad, por compensar la imagen de pobreza de un hospital de salud publica, se desnudaban y quedaba expuesto que eran tan solo frivolidades, pequeños artefactos, solo adornos prescindibles. Me vi extremadamente injusta y falsa por haber sentido esa ansiedad por que entrara al paciente y sentir esa falsa responsabilidad, por haberme esmerado tanto en colocar el papel azul en la camilla, alisándolo y centrándolo, pero sin embargo, no poder ayudar, ni comunicarme, ni siquiera entender.

El Pasteur no tenía la medicación que necesitaba. “Tiene que ir al insituto de higiene”, lo despedimos. Y con nuestra voz aguda y nuestra imagen de dibujito animado, no encontramos otra actitud, ninguna alternativa, y entonces llamé al siguiente paciente mientras, otra vez, mis compañeras arreglaban las sillas y colocaban un nuevo papel azul en la camilla.

4.04.2007

EL NO COMIENZO

No hay comienzo, todo es una misma sensacion que transcurre en el tiempo de forma continua y que presumo en paralelo con otros seres humanos con tan diferentes roles. Hablo de esa idea abstracta que es la pasión por vivir, esa mezcla de sensaciones que merodea entre la rabia ante la injusticia y la emoción de desafiar en cada instante al azar. Hablo de mi porque es lo mas cercano que tengo, pero la estructura es la búsqueda de la belleza, nada tan mundial, nada tan eterno, nada tan atemporal.

Hablo en espiral pero podría explicarlo muy simple. Estudio medicina, o trato de estudiar, pero eso no es lo importante porque podría ir al hospital cumpliendo cualquier otro rol, y sería similar. Además, en los 3 años y medio que hay cumplir en un edificio sin camas ni pacientes, pocas cosas son las que dejaron algún recuerdo. Asi que, más que contar los temas que estudio, lo importante es en quienes lo estudio; de ello destaco que lo poco que se de medicina influye muy poco en lo que pretendo contar.

Como me dijo un amigo, los finales pueden ser abiertos, pero los comienzos también. Y esto empieza muchas veces, todos los días, desde siempre. Seria injusto empezar a contar el primer día que fui al hospital, aunque al entrar a la sala haya sentido el inmanejable peso de la vida, todo junto, como una tormenta paralizante, angustiante. Pero, ¿porqué empezaría por ahí y no con la primera vez que tuve contacto con lo antagónico, es decir, con la muerte? Porque antes que entrar al hospital tuve que ir a las salas de anatomía, ver los cuerpos muertos, abiertos, o solo un brazo o una cabeza. Pero también me parece injusto; presumiblemente el primer contacto con la muerte tuvo que haber sido en la infancia, cuando empecé a tomar conciencia de que quería decir.

Asi que no hay comienzo, pero a su vez, comienza todos los días, con cada paciente que conozco. Siento la obligación de nombrar a Julita, mi primera paciente, con cáncer terminal de esófago. No recuerdo mucho de ella, eran muchas cosas nuevas, el hospital, la sala, muchos pacientes, mi túnica como disfraz, y no pude, no soporte acercarme. Después vinieron más, la cara de un hombre hipotiroideo vuelve cada vez que recuerdo el tema, sus cachetes redondos, su casi inexistentes cejas, su voz ronca y lenta. Joanna, una chica de 23 años, con un hijo muerto y una hija viva, en ese orden. Su pielonefritis quedaba desapercibida entre sus ganas de desaparecer. Marcos, 19 años, “adicto a paste base” decia con letras grandes un leuco pegado en la tapa de su historia clínica. Estuve 2 días para acercarme, tenia la alerta de que trataba mal al personal y las enfermeras decían que robaba. Sin embargo, ninguno de mis profesores hubiera podido enseñarme tanto, de él, como de tantos otros, pero de él especialmente, tendré que escribir.

Podría seguir nombrando, Elsa, la evangelista, Roberto, el hombre que vivía en la puerta de una casa abandonada, Angela, Ramon, Hector, Elena…

En fin, todo lo que cuente se trata de mi, pero más bien como un observador externo al que todas las situaciones, ideas, conceptos, le llueven como en una tormenta, y que trata de manejarse lo mejor posible, pero que, impasible, no puede con todo su peso y por eso escribe.